En el recuerdo de José Guillermo Montes Cala, compañero y amigo

  
        Cuando aceptamos la propuesta del Consejo de Universidades para formar parte, a través de la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación), de la Comisión Nacional para la Acreditación al Cuerpo de Catedráticos de Universidad en las especialidades de Arte y Humanidades, todos nosotros teníamos una idea aproximada de lo que se nos venía encima. Sabíamos que la tarea que se nos encomendaba reviste enorme dificultad: nada menos que juzgar los méritos aducidos por aquellos profesores titulares que persiguen acreditarse como catedráticos, un requisito imprescindible para acceder al cuerpo docente de mayor rango en la enseñanza universitaria española.

         Si nos hemos echado a hombros tan pesada carga, no ha sido por complicidad con el poder; de hecho, en ningún momento hemos ocultado nuestros reparos y críticas respecto de este particular sistema de promoción del profesorado. Tampoco median incentivos económicos o académicos, pues la retribución mensual es mínima y, en razón de nuestra veteranía como investigadores, los más, si es que no todos, disfrutamos ya de la descarga docente máxima que permiten las instituciones en que prestamos servicio. Si, uno a uno, a los miembros de las distintas comisiones de la ANECA se nos preguntase por qué formamos parte de ellas, muy probablemente todos haríamos referencia a nuestro sentido de la responsabilidad.

         Lo que ninguno de los miembros de nuestra comisión podía prever es la estupenda atmósfera de trabajo que ha ido envolviéndonos en el desangelado edificio de la calle de Orense en que la ANECA tiene su sede. Que todo funcione satisfactoriamente y sin estridencias se debe —y se trata del único mérito que nos atribuimos sin tapujos— a dos factores que ponderan por igual: en primer lugar, cada uno ha puesto lo mejor de sí para limar las asperezas y salvar los escollos derivados de una tarea que fácilmente puede derivar en disputas abiertas y enconadas; en segundo término, es evidente que, entre los miembros de la comisión (constituida por un presidente y ocho vocales), hay buena química.

       Indudablemente, el azar es un factor determinante a la hora de constituir un equipo que se pretende cohesionado y eficaz. En tales casos, lo peor que puede ocurrir es que toque en suerte alguien que —de forma esporádica e inopinada o, lo que es peor, por principio— se dedique a poner trabas y dificultar la tarea. Por fortuna, también se da el caso contrario: el del compañero ideal, cuya sola presencia tiene efectos balsámicos sobre el resto del equipo, y tan persistentes que se proyectan sobre el antes y el después de la jornada de trabajo. El catedrático de Filología Griega de la Universidad de Cádiz D. José Guillermo Montes Cala, nuestro queridísimo Guillermo, cumplía esa función de forma absolutamente natural, vale decir, sin ningún esfuerzo.

       La suavidad de su voz y una expresión entre alegre y bondadosa, que en ningún momento se desdibujaba de su rostro, hacían las veces de tarjeta de presentación. A todos nos ganó así: a primera vista. Luego, el trato asiduo no sólo confirmó esa impresión sino que la mejoró por su empatía, generosidad y compañerismo. Nos sentíamos afortunados por contar con él; al contrario, nos dolía mucho su inminente salida de la comisión, pues iba acercándose al plazo máximo de permanencia, establecido en dos años. A Guillermo —razones sobradas teníamos para ello— le dejábamos siempre la última palabra porque lo sabía absolutamente todo sobre la ANECA y sus procedimientos; además, nos rendíamos ante su ecuanimidad y prudencia, y por la elegancia y el tacto con que abordaba los casos más complejos. Por eso, cuando Guillermo tomaba la palabra, todos callábamos, en la seguridad de que, una vez más, ayudaría a resolver el expediente de turno de la manera más puesta en razón y más justa. Y todo lo hacía con suavidad y discreción extremas, sin pavonearse, arrogarse un protagonismo que nadie le habría negado o desautorizar a alguien presente o ausente.
         
         Querido Guillermo, siempre estarás entre nosotros.

Tus compañeros de la Comisión Nacional para la Acreditación al Cuerpo de Catedráticos de Universidad en Arte y Humanidades, Eva Alcón, Carmen Álvarez, Cristóbal Belda, Manuel Casado, María José Frápolli, Ángel Gómez Moreno, Narcís Soler y María José Viñals, en quienes has dejado una huella profunda e indeleble.

Comentarios

  1. Nos sumamos al dolor por la pérdida de nuestro colega de la Universidad de Cádiz, Guillermo Montes Cala, y queremos trasladar nuestras condolencias a sus compañeros de Departamento y a su esposa Mª Paz.
    Un fuerte abrazo
    Mª Dolores Rincón González y Raúl Manchón Gómez
    Area de Filología Latina, Univ. de Jaén

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